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28/04/2024
 

Desde la Bahía

La incredulidad ante el humor

La amnistía nunca convencerá de modo absoluto ni al ser humano, ni a su Carta Magna, por más que se le envuelva con el hábito legislativo

Publicado: 10/03/2024 ·
18:28
· Actualizado: 10/03/2024 · 22:19
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Ya lleva tiempo siendo el nacer una meta a la que no llegan todos los que intervienen en la carrera. La vida intrauterina, al carecer del grito sensibilizador de corazones indiferentes, se pierde en el silencio a que obliga una ley antinatural, pero que una sociedad mayoritaria le ha dado el rango de legal. El feto es penalizado a no existir en un porcentaje cada vez mayor, siendo su culpa el osar a ver la luz de la vida. La vida presentada como un cuento de Hadas es en realidad un océano de mentiras, frente a los encapsulados lagos de la verdad. El “más allá” comienza a interpretarse como la distancia que existe entre el lecho donde se yace y el húmedo muro en que te depositan yerto. La incredulidad y la certeza en otra forma de vida no tienen paridad, hay mayoría de la primera, por falta de verdaderas señales de la segunda.

Dulcificar es sabotear el verdadero sabor de un alimento. La felicidad es el dulce que el ser humano engulle y luego lo regurgita con agrio sabor. El eufemismo es la cerámica de dorados dibujos en que se sirve el alimento que tiene paladar artificial. La metáfora es el anabolizante que aumenta el peso de una prosa que quiere ser poesía. El arte es el mantel bordado que sólo poseen las mesas de restaurantes exquisitos. El duende es el vino de mesa cuyo sabor nunca sabrá paladear una sociedad ebria, que sólo ve en él, alcohol, pero nunca sabor y aroma. Los postres se asocian a los cantos para dar sabor a la alegría. La ignorancia come en el suelo, la soberbia en las ramas de cualquier árbol, pero ambas lo hacen sin cubiertos, manchándose manos y conciencia.  El poeta, ayuntamiento del alma, es el único capaz de unir en un solo salón comensales como la metáfora, el arte, el duende y añadir además la sal que hace sublime el sabor del alimento del alma, el amor. El poder es la factura, la sociedad quien la paga. El engaño no es dar “gato por liebre”, sino hacerte comer el gato y sustraerte la liebre. El honor es cuidar la buena conservación de los alimentos que van a comerse otros. La responsabilidad está en quien sirve la comida, no en el que la ingiere.

Lo malvado es pagar con dinero robado. Lo inteligente saber con quién se debe compartir mesa. El tirano siempre come en sillón presidencial. El pobre al final llega a conseguir una banqueta. El adulador es el entremés chistoso de las comidas de empresa. El trabajador, el relleno que ocupa el hueco que la “frondosa carne” de los jefes le han asignado. La política es el agua de mesa que cuando es fresca y clara se apetece, pero si se calienta o se opacifica produce náuseas. El ideal es el cigarro puro, el “montecristo del 4” que se ofrece ese día a los comensales, porque el resto del año es el líder el que se apropia de ellos y los reparte a su gusto y dictado. Los candidatos son invitados que pagan su parte en la cena, pero que les sirve de simiente sembradora que dará su cosecha, cuando le elijan. Whisky y sexo precisan nocturnidad y a veces alevosía. Las familias cada vez rehuyen más los compromisos gastronómicos. Padre, hijos y abuelos -de ambos géneros- apiñados en intimidad, son los únicos que ingieren los alimentos que con su sudor han conseguidos reunir. El Dios que tanta historia le ha dado a una cena con sus discípulos, ahora está ausente, la mayor parte de las veces obligado por un laicismo, que no alcanza a saber quién le dio la capacidad enormemente compleja de poder digerir y metabolizar esos alimentos que conservan la vida.

No estoy totalmente de acuerdo con el perdón. Sí, en su origen, cuando reconoce que ha sobrepasado los márgenes de su libertad y se ha introducido en la del prójimo, pero su reiteración el volver nuevamente a incidir en el mismo hecho, le da al perdón la calidad de “fingimiento” y el recurrir a la gracia sacramental que el cristianismo ofrece, no lo valida, si se incide crónicamente en el mismo dolo y debía, aunque la piedad divina no lo admite, ser excluido de tal gracia. El olvido y el perdón nunca van parejos, la singularidad honra a ambos, la pluralidad los maligniza. El indulto es el sueño del perdón ante un daño de exagerada agudeza o continua manifestación. Es una gracia humana y, por lo tanto, sometida a error y a ser desgranada en sus tres componentes de remisión total, parcial o posibilidad conmutativa de la pena establecida. Su concesión permite la arbitrariedad que sólo pueda llevarla a cabo el que ostenta el máximo poder, cuando debía ser la sociedad quien lo determinase, por ser siempre la que sufre el delito. El indulto nunca es la posibilidad de comenzar una nueva vida, no es estrenar un vestido, sino limpiar el que se posee.

La amnistía nunca convencerá de modo absoluto ni al ser humano, ni a su Carta Magna, por más que se le envuelva con el hábito legislativo. Recuerda a la adultera que se le reconstruye el himen para reaparecer como virgen inmaculada ante el lecho nupcial. No tiene que pedir perdón, ni recordar su historia, ni permitir que nadie dude de su inocencia.  Convence con los siete argumentos capitales que su experiencia le ha aportado, al cirujano jefe que le interviene a cambio de unos honorarios que le permitan mirarse en el mismo espejo desde su sillón presidencial. La amnistía no limpia, sino da a estrenar una nueva vida al que se le concede, aunque la anterior estuviera cubierta por severas maculas delictivas.

La noticia no sorprende, era la esperada lluvia que el meteorólogo nos venía anunciando. Se aprueba la Ley de Amnistía. Cambia el rumbo de la historia. Lo marca España con esta ley que enseña al mundo cuáles son los argumentos de la conciliación entre humanos, hasta ahora, al parecer, no conocidos. El orgullo del español hace exponencial su curva ascendente. Merecemos la idolatría que a partir de ahora nos rendirán todas las naciones del globo terráqueo. Hoy es el gran día de nuestra historia. Los hechos previos quedan en el olvido. Todo es excelente, pero yo me siento culpable y pido mi inclusión en esta ley, por no haber creído en aquello que nos alegra la vida y nos separa de la barbarie oratoria, que es el sentido del humor.
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