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Hablillas

La bruja novata

En una de ellas apareció Eglantine Price, una mujer soltera, muy metódica, con una mansión donde vivía acompañada de sus libros

Publicado: 17/10/2022 ·
13:31
· Actualizado: 17/10/2022 · 18:46
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Fue una película que llegó a La Isla dos años después de su estreno, hacia el año 1973. Íbamos dejando atrás una adolescencia de exámenes con acné y el fondo agradable de la armónica, que como reclamo congregaba a los pequeños de la casa para ver Barrio Sésamo. Con desagrado, sacrificábamos la sesión nocturna de cine clásico, ese musical de brillos y colores imaginados, con la esperanza puesta en el sábado y si se podía ir al cine, mejor. Todo cambiaba con la llegada del verano y los programas dobles.

En una de ellas apareció Eglantine Price, una mujer soltera, muy metódica, con una mansión donde vivía acompañada de sus libros. Por la guerra, se vio obligada a acoger a tres niños huérfanos, tres pequeños que atrasarían su deseo de terminar el curso de bruja por correspondencia para poner en práctica el hechizo de la locomoción sustitutiva y así ayudar a ganar la contienda. Nuestros trece o catorce años de entonces vivieron aquellas casi dos horas tan intensamente que aún no las hemos olvidado.

Por eso, durante la noche del jueves, cuando a las ondas de la radio se enganchó la noticia de la muerte de Ángela Lansbury, apareció aquella bruja novata contemplando la danza de los vendedores de Portobello Road, volando en el lado izquierdo de la cama rumbo a la isla de Nabumbu, paseando por el fondo del mar hasta llegar al salón donde los peces bailaban un foxtrot graciosamente interrumpido por el tango de una pareja de langostas.

El cine Almirante anunció la película en el periódico, con tráiler previo y fotogramas en aquellos paneles montando guardia tras las puertas de cristales, donde se pegaba el olor de las emboladas de ozono-pino que flotaban por la sala para sanear el ambiente. No tuvo el éxito esperado, porque de allí no salió ni fue segundona en las siguientes sesiones de aquel verano. Poco importó, porque quienes la vimos tenemos presente a aquella señorita inglesa, a pesar de haberla conocido como la doncella Nancy Oliver en Luz de Gas, como  la joven cantante Sibyl Vane en El retrato de Dorian Gray, como Ana de Austria en Los tres mosqueteros y reconocerla como Mabel Claremont en Mamá nos complica la vida o Minnie Littlejohn en Un largo y cálido verano, hasta que morir en el Nilo como Salóme Otterbourne la hizo renacer como Jessica Fletcher en la serie Se ha escrito un crimen, personajes que demuestran el talento de la actriz, su capacidad camaleónica y el privilegio de haber tenido tantos nombres olvidables, excepto el de la bruja novata que el pasado jueves emprendió su último vuelo.

Hasta siempre, señorita Price.

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