Las largas tardes veraniegas al sur del sur de Europa dan para mucho, para leer, sestear, meterse en el agua, tumbarse en la hamaca pero, sobre todo, para hablar. Hablar en muchos casos, cuando ya se han dejado atrás muchos tacos de almanaques, de recuerdos, del pasado, de lo que fue y luego no llegó a ser, de lo que pudo ser y no fue y lo que se vivió en unos años donde todo parecía de color de rosa, quizá porque todos teníamos muchos años menos y observábamos el devenir de los días con mucho mayor desenfado. Con desenfado hay que tomarse los momentos previos a ser servidos por el camarero de turno en un chiringuito cualquiera de las muchas playas que nos rodean o en cualquier club social de los que existen en Jerez.
Y precisamente, en el Nazaret, mientras estábamos con las bandejas en la mano esperando que las mismas recogiesen los chocos y la ensaladilla, recordábamos con Manuel Benítez Picazo aquellos buenos tiempos de La Venencia, que en el centro de la ciudad uno de los bares más emblemáticos que existían era aquel que dirigían los hermanos Benítez Picazo con Juanito, el correcaminos de la calle Larga llevando cafés a un ritmo endiablado de una entidad bancaria a otra, cuando en la calle Larga los bancos cubrían prácticamente toda la acera que desemboca en el tradicional Gallo Azul, y con Manolito y con el chico como ellos cariñosamente le llamaban.
Un quinteto de auténtica categoría humana y profesional, porque “nosotros primero mirábamos a la persona, que ya nos encargaríamos de que profesionalmente trabajasen como nosotros queríamos”. Veintiún años comentaba Manolo que hace ya que cerró aquella Venencia, un bar chiquitito pero lleno de encanto, con sabor a Jerez y a jerez, con aquel oloroso de Arca que a las 12 de la mañana entraba como los ángeles deben cantar en esa hora marcada antaño por el Ángelus.
Tapas exquisitas, trato perfecto y una clientela que iba acorde con la calidad del personal que había detrás de la barra. Veintiún años del adiós de una de las enseñas del mediodía jerezano, esos mediodía de reuniones eternas que se han perdido como tantas otras cosas que no volverán.