Isabel Díaz Ayuso se ha convertido en una estrella pop de la política, es una mujer que ha acertado a leer el momento actual de la sociedad, muy doloroso en el subconsciente colectivo por la pandemia, y ha buscado el antídoto en el ‘terraceo’, las cañas en los bares y en los teatros abiertos porque la ficción duele menos que la vida. Ayuso ha creado una atmósfera madriles en la que la libertad consiste en pedir un bocata de calamares en una tasca, una atmósfera Walt Disney de ‘La Bella y la Bestia’, en la que ella, claro, es la Bella, y el otro personaje se lo reparten entre Pedro Sánchez y Pablo Casado, en plan secundarios, con una considerable mayor presencia últimamente del presidente del PP.
Ayuso tiene ideología, agenda y objetivos políticos. Y una innata capacidad para llegar a los ciudadanos. Porque hay líderes políticos que concitan ilusión, y otros que provocan un terrible aburrimiento. Felipe González -radicalmente distinto a Ayuso- originó en 1982 la esperanza, la ilusión mezclada con un ilusionismo mágico infrarrojo por el cambio, con su acento andaluz y su socialismo de bodeguiya. Pero hubo otros políticos que transmitían sopor. Como Antonio Hernández Mancha (PP), que culminó su carrera pública escribiendo artículos de monaguillo en el ‘Interviú’ del destape y las boquitas pintadas. O Joaquín Almunia, político de calado pero sin carisma, al que algunos dirigentes del PSOE de finales de los 90 enfrentaron a Josep Borrell, simplemente por desapego hacia Borrell.
Pero ahí están Casado y Ayuso enfrentados en una guerra interna de imprevisibles consecuencias. Pablo Motos preguntó recientemente a Ayuso en ‘El Hormiguero’: “¿Por qué Feijóo puede ser presidente de la comunidad y del partido, por qué Juanma Moreno igual y por qué tú no?”. La batalla Casado-Ayuso es relativamente silenciosa en la superficie pero terrible en el subsuelo, donde brillan, amenazadoras pero todavía sin sangre política, las navajas de Teodoro García Egea y de Miguel Ángel Rodríguez, en un duelo sucio del que nunca escribiría Federico. Hubo un crítico teatral de cuando entonces que puso en su crónica Federico García LOCA, y a Isabel ya la han llamado también loca desde el PP. Hay crónicas que aseguran que la amenazan con buscar casos y vídeos como el de las cremas de Cristina Cifuentes. Pero Isabel va a lo suyo. Y afirmó a Pablo Motos que tiene una lista en la que apunta las cosas buenas que le han pasado durante su mandato. Es una Escarlata O’Hara aferrada a su tierra. Y esa tierra, de momento, es Madrid. Después, maestro Aguilar, veremos.
