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Viernes 15/11/2024
 

Lo que queda del día

Cuando el perro menea la cola

El perro ha dejado de menear la cola al antojo de lo que los asesores del Gobierno proponen. Lo justo es que tampoco lo haga al amparo del populismo de enfrente

  • Ciudades en cuarentena -

Escribía Antonio Lucas hace unos días en El Mundo que Raúl del Pozo usa unas zapatillas diferentes a las que tiene para andar por casa cuando sale a su terraza jardín a tomar el aire. Abre el ventanal, se descalza, se pone las zapatillas, da unos pasos y vuelve al interior después de descalzarse de nuevo. Argumenta que teme que la hoja de algún árbol, transportada por el viento hasta el jardín, pueda estar contaminada con partículas de Covid 19, y no quiere correr el riesgo de pisarla con sus zapatos habituales y meter el virus en casa.

Entiendo que tanto Raúl del Pozo, como cualquier otro que lleve sus precauciones hasta tal extremo, puedan estar ahora mismo preocupados por el hecho de que los niños vayan a pisar la calle de nuevo desde este domingo, sobre todo si se trata de sus hijos o nietos. Según la disposición del Gobierno, pueden salir a la calle con juguetes, balones y patinetes. No podrán entrar en parques infantiles, ni jugar o encontrarse con otros niños, pero sí estar en contacto con el suelo o poner sus juguetes, balones y patinetes en el suelo, pese al riesgo de que puedan tomar contacto con alguna partícula del virus, y de ahí pasar a las manos o a las ropas de los niños, hasta llegar a sus casas, donde puede que el aseo y desinfección sean ya ineficaces.

¿Exagerados?, ¿paranoicos?. Asumo en todo caso que habrá padres que se limiten al paseo y otros que sobrevigilen a sus hijos para que eviten tocar las ruedas del patinete o llevarse la mano a la cara después de botar la pelota, pero no es achacable a ellos la incertidumbre y las incógnitas que aún hoy, seis semanas después del inicio del estado de alarma, siguen acechándonos sobre el origen de los casi cuatro mil contagios diarios o las formas en que podemos contraer el coronavirus cada vez que salimos de casa; entre ellas, ¿cuánto tiempo sobreviven las micras de saliva, por ejemplo, sobre la hoja de un árbol, o sobre una acera, o sobre un jersey?, porque hay teorías poco coincidentes, y el hecho de que a diario se sigan sucediendo las cuadrillas de desinfección por los espacios públicos de nuestra ciudad aconseja cierta prudencia al respecto.

Hay otra pregunta más que entra en conflicto con la decisión adoptada. ¿Por qué no haber empezado con esta medida por las personas mayores, aquellas que, pese a su edad, se encuentren sin patologías previas, en buen estado de salud y tan agobiadas o más de lo que lo pueda estar un niño después de seis semanas de encierro? Hubiera servido de ensayo; más aún teniendo en cuenta que hablamos de un sector poblacional que cumpliría rigurosamente con los requisitos de distanciamiento social y de protección personal, y que se limitaría a pasear por las calles durante el tiempo estimado. 

  La vorágine de recriminaciones que se han hecho al Gobierno durante los últimos días dan cuenta de un error de cálculo que ha requerido incluso de una rectificación, lo que revela la descoordinación, la precipitación y el aparente desconocimiento que se vuelve a poner de manifiesto ante determinadas realidades sociales de este país. Y aunque por encima de todo ha podido pesar la buena voluntad de dar prioridad al ámbito de las familias, tampoco han dejado claro si respondía a una necesidad de las familias o a la suya propia a la hora de congraciarse con la opinión pública después de los sucesivos varapalos en el ámbito de la gestión de la crisis sanitaria.

Desde el punto de vista estratégico no cabe duda de que era una buena decisión, incluso una oportunidad para desviar la atención, una cortina de humo en la que han terminado por perderse algunos miembros del gobierno, ya sea por afán de protagonismo o por contribuir a la mejora de su propia imagen. Seis semanas después ya no valen los juegos malabares.

En la política estadounidense se emplea un dicho: “¿Por qué el perro menea la cola? Porque el perro es más inteligente que su cola. Si la cola fuera más inteligente, menearía al perro”. Y el perro ha dejado de menear la cola al antojo de lo que los asesores del Gobierno proponen. Lo justo es que el perro tampoco lo haga al amparo del fervor populista de enfrente, o seguiremos en las mismas, cuando lo que precisamos es más sincera cooperación.

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