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¿A dónde vamos?

El radicalismo es la gasolina que continúa avivando un fuego destructivo

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Últimamente, nos hemos malacostumbrado a culpabilizar al fútbol en exceso. Discusiones acaloradas, actitudes coléricas, enfrentamientos de alto voltaje… Tendemos a relacionar todo tipo de calamidades con el deporte. Quizás sea por cuestión de comodidad, por querer mirar siempre hacia otro lado a la hora de buscar culpables, aunque todas las flechas se empeñen en apuntar hacia nuestra dirección. Permítanme decirles que señalar a una materia inerte como es el fútbol como causa directa de un problema, no es sólo absurdo sino, además, una auténtica cobardía. El fútbol no es el problema. El problema somos nosotros, las personas. Los que, a pulso, nos hemos encargado de transformar una poderosa herramienta capaz de unir etnias, lenguas y culturas a través del ruedo del balón, en el mejor aliado de la violencia y el terror. Me repito más que una ración de patatas alioli pasada de ajo. Lo reconozco. Me repito tanto como veces enciendo la televisión, para darme cuenta de que aquellas escenas radicales, que hasta hace poco concebíamos como impensables, han terminado por trascender más allá de las pantallas para ensombrecer el fútbol moderno mediante improperios, palizas y el odio injustificado hacia el otro. Lo presencio todos los días. Cada vez que asisto a un partido de fútbol, es como recordar los ojos brillantes y llenos de vida de ese amigo de la infancia, que ahora yacen abatidos y profundos. O ese bosque donde pasabas los veranos, que ahora permanece completamente desolado a causa de un gran incendio. El radicalismo es la gasolina que continúa avivando un fuego destructivo. Poco queda de ese fútbol que un día todos conocimos, y que las nuevas generaciones nunca llegarán a conocer. ¿Alguna vez nos hemos parado a pensar si esa persona a la que insultamos podría ser nuestro hijo, nuestro padre, nuestro hermano, o nuestro nieto?, o quizás nuestra hija, nuestra madre, nuestra hermana o nuestra nieta. Posiblemente, no. Y, si algún día lo hiciésemos, tampoco tendríamos el coraje suficiente como para pedir disculpas. El fútbol no es el responsable, somos nosotros, el ser humano. El único animal capaz de encontrar la felicidad en el dolor ajeno. Lo único que ha hecho el fútbol ha sido terminar por demostrar el reflejo de la vida misma. La enésima carencia de la sociedad hipócrita en la que vivimos.

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