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Miércoles 21/05/2025
 

Desde la Bahía

La deserción no existe

No, no nos quedaremos en el pesimismo. Somos la España de la rabia y de la idea que decía A. Machado, que nace del pasado macizo de la raza

Publicado: 18/05/2025 ·
15:14
· Actualizado: 18/05/2025 · 15:14
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Hay personas que abandonan sus obligaciones o ideales. La palabra que los define es que son unos desertores. Teníamos conocimiento desde jóvenes de las deserciones que entonces predominaban en los medios de comunicación y eran las referentes a “desertar en los ejércitos”.  Pero si repasamos fielmente la historia comprobaremos que le crecen desertores por todas partes, pero no de personas de uniforme militar sino de personas o instituciones contrarias al conocimiento, al estudio, a la inteligencia y la deducción razonada. Hemos hecho sinónimos los términos deserción y mediocridad y la verdad, con esta vestimenta, ha dejado de ser reconocible.

Buscar la verdad es como encontrarte sin protección en medio de una colmena de abejas. No habrá centímetro de tu piel, sin su correspondiente picadura. Esta búsqueda invento de los filósofos presocráticos y que hace más de tres mil años los hombres jónicos de las colonias griegas del sur de Italia querían proclamar, se le ha atacado por todos los medios y lugares posibles, desde la mística al dogma, desde el romanticismo al relativismo y, en la actualidad, desde la dialéctica a las tecnologías. De aquella fuente de razón donde bebía el conocimiento y quedaba repleto de verdad, no quedan vestigios al haber sido arrasada por la corriente mediocre actual, porque la tecnología da datos, pero la verdad precisa de la inteligencia y los valores que los regímenes políticos actuales se encargan de desacreditar.

Fue opinión generalizada, el creer que la democracia iba a ser la solución ideal para este país, pero cada día se está más convencido de que sus ilusionantes funciones escritas no se cumplen en la vida real y los folios que albergan las “cartas magnas” que se escribieron tras nuestra transición política (Constitución y Leyes), viven el pánico de pasar a ser papel mojado. Perdida la confianza, la solidaridad, la seguridad personal y ciudadana y con una clara falsificación de los conceptos de igualdad y libertad, el libertinaje ha conseguido evitar la desigualdad que da el valor y la capacidad de competir y superarse diariamente a los seres humanos. Se intenta que seamos fotocopias, porque ser originales tiene el inconveniente que puede descubrir a los zánganos de la colmena.

Hundidos los valores humanos, el ciudadano desprotegido queda bajo los auspicios del “discurso populista y anti elitista”. Las tecnologías digitales de la información actual, bajo el imperio del poder en su mayor parte o, lo que es peor, bajo la bandera del fanatismo, ha dado lugar a una transformación “tecno política” con malversación de la historia, la tradición, la moral, la ética y el lenguaje. Se han polarizado ideales y creencias y se ha implantado una crispación que ya se dejaba entrever desde aquella ocasión, hace años, en que un periodista animaba al líder de un ideal o partido a que “había que crispar”.

Ya no nos llama la atención en los debates de cualquier tipo, desde los parlamentos a la barra del bar, que a los contrarios de las opiniones impuestas por otros se consideren enemigos acérrimos a los que hay que abolir. El carácter totalitario está solamente oculto en el edificio del poder, pero que nadie crea que haya dejado de existir.

No hay discurso más nauseabundo que el que reiteradamente pronuncia la palabra progreso. Hablar del mismo frente a la presencia de resentimiento, odio o envidia hace que el aroma respirable en los pueblos de esta nación tenga el “tufillo” propio que le hace difícilmente respirable. Pero queda un último eslabón que ya comienza a unirse a esta cadena de “despropósitos”, el miedo y los deseos de venganza. De todo hay en la viña del Señor dice el adagio o proverbio y la realidad lo comienza a reafirmar.

Por todo ello, a quién le extraña el riego continuado de corrupciones, más abultadas y llamativas en las altas esferas y de mayor repercusión no solo económica que ya es seria, sino de ejemplaridad ante el ciudadano, que cree que las personas que han elegido eran fieles y honestas y su fraude los lleva a perder en ellos y en las leyes que proclaman su total confianza y aparece en un porcentaje variable la respuesta de indiferencia ante todo proyecto laboral, que acabe finalmente en las manos de estos depravados.

Las catástrofes naturales encuentran en los catastrofistas personajes que debieran ser responsables de poner todos los medios posibles para minimizar al máximo su expresión, los mejores aliados. Pero estos brillan por su ausencia y por el peloteo a que someten las responsabilidades, que son múltiples.

Dejemos ya de hablar del “apagón eléctrico” y sus responsables. De tanto explicar las distintas formas y clases de energía. Digamos de una vez la ignorancia u otros argumentos desconocidos, que han rodeado a este hecho, entre los responsables de su función. Menos comisiones y más transparencia, lealtad y “vergüenza torera” que nos hace más falta que el impedir las corridas de toros. Es una verdadera pena, una tristeza, que la cuantía de tantos hechos inverosímiles, pero reales, que llevamos conocidos en este cuarto del siglo XXI, siga creciendo indefinidamente. Los “wasaps”, si no fuera por la situación de descrédito que se está viviendo, serían el mejor escaparate para poder observar la ridiculez que nos invade.

No, no nos quedaremos en el pesimismo. Somos la España de la rabia y de la idea que decía A. Machado, que nace del pasado macizo de la raza. La componen ese porcentaje -que nos gustaría que fuese la mayoría- que diariamente cumple con sus funciones con entusiasmo, responsabilidad y entrega pero, lo más importante, con conocimiento, experiencia y profesionalidad.  Para ellos no existe la palabra deserción.

 

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