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Miércoles 21/05/2025
 

Hablillas

Somos de la cuesta

Entrañable y querida, callada y discreta, no nos resistimos a dejar la capital sin subirla o bajarla

Publicado: 18/05/2025 ·
15:25
· Actualizado: 18/05/2025 · 15:25
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Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Poco más de un mes nos separa de la Feria del Libro de Madrid, cita hasta cierto punto ineludible para cuantos gozamos con la lectura en general y del libro físico en particular. La actualidad obliga a hacer esta aclaración y con ella subrayamos la importancia del contacto, del vínculo que se crea entre la historia, los personajes y la imaginación del lector.

A la sombra de este acontecimiento anual, a pocos metros de El Retiro la Cuesta de Moyano ha cumplido su primer centenario. Entrañable y querida, callada y discreta, no nos resistimos a dejar la capital sin subirla o bajarla, sin gozar del paseo tranquilo que necesitan y ofrecen los libros especiales, los más buscados, los imperdibles que nos esperan a lo largo de las treinta casetas que los acogen. Este es lugar donde la prisa trepa y se detiene sobre los hombros de Pío Baroja, cuya escultura nos cela desde arriba y nos recuerda el momento en que él junto a otros escritores solicitaron esta feria de manera permanente al alcalde de Madrid hace un siglo.

Los libros apilados se dejan acariciar por las miradas de los curiosos, de los sorprendidos, de los eruditos y no tanto, oyen con interés la conversación entre el librero y el lector, los datos que comparten, las recomendaciones que se hacen, algún encargo. Y quien se detiene a leer los lomos, participa de este diálogo desde el silencio, fantaseando con la forma de poder llevárselo consigo, pensando en qué medicina, bebedizo o pócima prepararse para no olvidar ni una palabra de aquel duelo dialéctico tan bello, tan enriquecedor como solo un librero es capaz de sostener.

El recuerdo dibuja la figura de quien trabajó en la desaparecida librería La Marina de Cádiz, un señor no tan mayor como su edad indefinible le hacía parecer. Con la bata blanca sin abotonar y su acento depurado se dirigía al lugar indicado tras solicitarle título o autor de una obra concreta, porque el librero no necesita todos los detalles para localizar un texto. Igual de familiares le resultan las Claves para la Lingüística de Mounin, una tragedia griega, las rimas de Béquer, un ensayo de Ortega y Gasset o el volumen de Historia del Arte de Ráfols, tanto si están agotados como descatalogados, textos que quizás descansen en una librería de viejo o en alguna caseta de la Cuesta de Moyano. Si los libros pudieran hablar, si nos pudieran contar qué manos los sostuvieron, cuándo dejaron de ser leídos o en qué momento llegaron allí podría escribirse lo más bello.

Testigo de la historia, la cuesta de Moyano enfila un nuevo siglo con la permanencia asegurada por la asociación que la respalda, por los madrileños, por los de fuera y cuantos  hasta allí nos acercamos, porque todos somos de la cuesta.

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