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San Fernando

Cuando la grandeza se esconde en los ropajes claros de la sencillez

Las grandes personas no son conocidas hasta que los demás las reflejan en el espejo del tiempo. Como a Isabel Azcárate Ristori y José María Cano Trigo.

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“No quisiera emocionarme. La edad, el tiempo y la intensa amistad, caracterizan este acto. La acumulación de sentimientos supone una carga difícil de contrarrestar”, escribión Juan García Cubillana.

Pero esas palabras no las pronunció él, precisamente porque sabía que lo que no quería que ocurriera iba a ocurrir, se iba a emocionar.

Fue su hijo, Juan Manuel García-Cubillana de la Cruz, quien las leyó en la Sesión Necrológica organizada por la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes para honrar la memoria de dos de sus académicos desaparecidos recientemente.

La primera de ellas, Isabel Azcárate Ristori, cuya trayectoria fue contada por la secretaria de la Academia, Adelaida Bordés, quien además pidió permiso a la mesa para referirse también al otro homenajeado, José María Cano Trigo, a quien Adelaida sucedió en el puesto de secretario de la Institución.

Y siguió Juan García Cubillana por boca de su hijo: “Mi vinculación a los Cano es antigua, años 1940-1941, en la postguerra. Yo estudiaba en la Academia Dueñas. Aprobado el examen de ingreso en 1939 en el Instituto Columela de Cádiz, debido a las dificultades económicas, mi padre me apuntó a unos cursos en la Academia de la calle Ancha donde se estudiaba y se aprendía cultura general”.

El profesor de Geografía e Historia que impartía clases por la tarde se llamaba don Francisco Cano Gay. “Estuve dos años. Superada la crisis familiar, comencé el bachiller en la Academia Ramos. El sexto y séptimo lo hice con Paco Cano en el Instituto Columela de Cádiz”.

Juan García Cubillana conoció a José María en sus viajes en el tranvía, que en ese tiempo se examinaba para ingresar en la Armada como aspirante a cartógrafo. A partir de este año, cada uno eligió su camino; eran los años 1946-1947.

Y así fue cómo Juan García Cubillana -su hijo José Manuel- comenzó contando quien fue José María Cano Trigo y qué hizo en esta vida. Cosa curiosa de las que los más se enteran en las necrológicas porque en vida, los grandes hombres no se consideran tales. Y claro, apenas se ven salvo cuando los demás los reflejan en el espejo del tiempo.

José María Cano Trigo nació en San Fernando el 3 de agosto de 1925, segundo hijo y primer varón de una familia numerosa de ocho hermanos. Estudió la enseñanza primaria en el Colegio de Las Carmelitas de la calle Colón y el bachillerato oficial en el Instituto Columela.

El examen de reválida lo efectuó en la Universidad de Sevilla, en la que, en la década de los cuarenta, era muy difícil pasar esta prueba. Ingresó en la Armada como aspirante a cartógrafo en 1947, con el número uno. Las prácticas correspondientes transcurren embarcados en los buques hidrógrafos asignados.

La salida al mar
Destinado en el buque Tofiño, trabaja en el trazado de las cartas náuticas desde el cabo Tres Forcas hasta el río Muluya, entonces Protectorado de Marruecos. Desde 1950 a 1955, a bordo del Malaspina y en colaboración con el submarino G-7, realiza una campaña de estudios gravimétricos en el área comprendida entre las Islas Canarias y las de Cabo Verde.

Durante los trabajos desarrollados en tierra, en las costas del Sáhara, desde la ría de Villa Cisneros hasta el Angra de Cintra, tuvo que pernoctar en tiendas de campaña y comer carne de camello, gacela y lagarto, soportando temperaturas extremas.

Después del periodo de embarque pasó destinado al Instituto Hidrográfico, donde desempeñó el cargo de secretario técnico de Cartografía durante cinco años y de jefe de mantenimiento de la colección de cartas náuticas durante dieciocho años. En total, permaneció en la Armada cuarenta y tres años, hasta su retiro.

Durante el servicio y por sus conocimientos, preparación y laboriosidad, fue seleccionado y propuesto por la Delegación de Cultura de la Organización de Naciones Unidas, para constituir parte de los equipos para la organización de los servicios geográficos de los países menos desarrollados, cometido que no pudo desempeñar por no acceder el entonces Ministerio de Marina, aduciendo la expresión “por necesidades de personal”.

Fue profesor de Geometría Descriptiva en la Escuela de Estudios Superiores de Ciencias Físico-Matemáticas en el Real Observatorio Astronómico de la Armada. También desempeñó el cargo de jefe del Servicio Histórico del Instituto Hidrográfico hasta su retiro en 1990.

Jose María fue un investigador naval, siendo sus trabajos más destacados Las Ciencias Náuticas y la Cartografía a mediados del siglo XVIII y la conmemoración del segundo centenario del Atlas Marítimo de España. Igualmente, participó en el Aula Militar de Cultura del Gobierno Militar de Cádiz, con una conferencia titulada Juan de la Cosa y el primer mapa de América.

Fue distinguido en el concurso de periodismo del año 1973 por su trabajo titulado La exploración por los españoles de un puerto al sur de Nueva Zelanda, certamen organizado por la Zona Marítima del Estrecho.

En febrero de 1992, participó en el Primer Congreso Nacional de Geografía celebrado en la Universidad de la Rábida sobre Latinoamérica, con una comunicación sobre Aportaciones de la Armada Española en la Geografía de América del Sur.

En septiembre del mismo año, intervino en las Jornadas Internacionales sobre la expedición de Alejandro Malaspina con motivo del Quinto Centenario del Descubrimiento de América con una ponencia titulada La Carta esférica de Espinosa y Bauzá desde Valparaíso a Buenos Aires. En el ciclo de conferencias organizado por la Universidad de la Axarquía de Málaga participó con una ponencia sobre la Cartografía Española en la época del Descubrimiento.

Ciudadano Cano
En el ámbito civil, Jose María cursó Estudios Superiores de Bellas Artes en la Universidad de Sevilla. Asimismo posee el título de Ingeniero Técnico en Topografía y ha sido profesor titular numerario de Formación Profesional, habiendo desarrollado la docencia en la antigua escuela del Trabajo, y posteriormente en el Instituto Las Salinas y en el de Sancti Petri, de Enseñanza Secundaria, Bachillerato y Formación Profesional.

Ha publicado una obra titulada La construcción de la Iglesia Mayor de la Real Isla de León en 1985, teniendo previsto hacer una nueva edición con la aportación de nuevos hallazgos. Ha sido miembro de la Asamblea Amistosa Literaria y de los Caballeros Hospitalarios de Cádiz.

En la Academia de San Romualdo, entre los años 1987 y 2008, dejó constancia de su buen hacer, sentando las bases de una secretaría moderna, de la que es eficaz y leal continuadora Adelaida Bordés. La Armada lo distinguió otorgando su nombre a una sala del museo del Instituto Hidrográfico de Cádiz.

La persona

Jose María se formó y educó en el seno de una familia muy religiosa, con un tío sacerdote. De hecho, tuvo dos hermanos eclesiásticos. Siendo preadolescente, participó en los primeros movimientos jóvenes de Acción Católica.

Fue miembro del grupo fundador de la Hermandad de los Afligidos, en la que diseñó el escudo de la cofradía. Se casó con Julia Valero y tuvieron cuatro hijos. Su entrega a su familia ha sido total. Escribió y dibujó un libro dedicado a sus hijos ilustrando cada uno de ellos. Su amor hacia ellos era desbordante. Trabajador incansable, recurrió al pluriempleo, y por las tardes, después de un rápido almuerzo, se dedicaba al ejercicio de su otra profesión, la de topógrafo.

Realizó la medición de grandes fincas de la provincia, y entre ellas la parcelación del cercano Coto de San José en la playa de La Barrosa. Al finalizar la faena del extenso pinar y eucaliptal, el dueño, Díaz de Isasi, le ofreció una parcela con un coste mínimo, casi regalado (según el administrador), que no aceptó. Ahí quedó patente su sencillez y modestia.

Otro trabajo durante las primaveras era la señalización de los puntos de anclajes para situar las redes de la almadraba del litoral barbateño, cuyo fondo conocía a la perfección. Más tarde, su dedicación fue exclusivamente las clases de dibujo y matemáticas en el Instituto del Zaporito.

Pero por encima de su humildad, modestia, laboriosidad y valía científica y artística, sobresalió su acendrado humanismo cristiano, su sobriedad y su comportamiento generoso, enemigo de los alardes, derroches y extravagancias. Era austero consigo mismo. Decía que no se compraba unos zapatos nuevos hasta que se le gastaran los puestos.

"Otra cualidad que me gustaría destacar fue su veracidad, siempre la verdad como principio, recordando a San Alberto Magno que escribió La veracidad ante todo, hay que amar las cosas adversas por amor a la verdad. Lo superfluo le molestaba y lo útil y fundamental lo defendía, especialmente todo lo referente a valores éticos y tradicionales. De espíritu alegre, tenía buenos golpes de humor. No obstante, de tarde en tarde, cuando algo le molestaba, sacaba a relucir su temperamento crítico y mordaz y su inconformismo. Era el genio de Los Cano".

"Su pérdida ha dejado un gran vacío, primero a su gran familia y luego a todos los que le conocimos, en el seno de la Real Academia y fuera de ella, en un grupo de amigos leales que semanalmente compartían un café. Por razón de la edad y cercanía, el vacío en mí es más hondo. La mesita número 10 de Los Gallegos ha sido el rincón de nuestra amistad de hermano, el testigo de sus momentos de inspiración y comentarios. Jose María ha sido una de las escasas personas que han sabido engancharse a la vida, una vida larga y fructífera, demostrando siempre un testimonio de constancia, esfuerzo y tesón ejemplares, ofreciendo al mismo tiempo un caudal de energía ética y un sinfín de actitudes positivas", también escribió Juan García Cubillana.

"Como finalicé en la nota necrológica de despedida en el diario de Cádiz: Que Jose María junto con su querido amigo y compañero Alberto Orte, sigan dibujando estrellas y trazando caminos en ese cielo que tanto soñaron".

Y así fue cómo, con voz prestada, Juan García Cubillana describió a su amigo. Un gran hombre. Y un hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno.

El presidente y el que lo fue

El presidente de la Academia de San Romualdo, José Enrique de Benito Dorronsoro, tuvo un recuerdo para una tercera persona que no estaba en el programa. Recordó a Miguel Ríos, ex secretario del Ayuntamiento, también fallecido recientemente.

Y José Carlos Fernández Moscoso, el último presidente con el que José María Cano trabajó en la Academia, recordó como cada 3 de agosto lo llamaba por teléfono para felicitarlo por su cumpleaños. Una felicitación que era mutua porque ambos nacieron tal día de verano de distintos años.

Ahora, José Carlos Fernández no llamará cada 3 de agosto a José María Cano, pero quedará el recuerdo de un hombre al que le preguntaban en la Papelería La Voz por qué siempre compraba los lápices cuando podía cogerlos en el destino. Costumbre idéntica a la de su amigo Alberto Orte.

Isabel Azcárate Ristori

Isabel Azcárate Ristori nació en la familia numerosa que formaron sus padres, María Josefa Ristori Álvarez y Tomás Azcárate García de Lomas, Marino de Guerra a quien ella admiraba profundamente. Fue la quinta entre nueve hijos.

“Y nació durante el primer cuarto del siglo XX, cambio de centuria y tiempo de cambios, de vanguardias en el arte, de adelantos científicos, tiempo en que la mujer empieza a decidir porque adquiere solvencia económica para ser independiente, tiempo en el que decide formarse acudiendo a la universidad, tiempo en el que sale de la sombra y camina dando pasos de gigante entre la revolución industrial y la Guerra Mundial, mujer valiente e inteligente cuya personalidad y pensamiento la adelantaron a su tiempo haciéndola brillar con luz propia, brillo que fue mateado incluso apagado hasta la extinción”, dijo de ella Adelaida Bordés Benitez, encarhgada de recordarla.

Pero Isabel Azcárate afortunadamente fue una excepción. “Culta pero ante todo trabajadora incansable, nos dejó como legado su particular aportación al mundo de la educación, su parcela desde que ingresó en la Compañía de María, la orden religiosa donde cursó estudios de manera sobresaliente, obteniendo el Premio de Aprovechamiento de Bachillerato del curso 1942-1943”.

Su expediente lo confirma
Su expediente académico fue uno de los mejores de la época. Se licenció en Filosofía y Letras en Madrid, el 12 de julio de 1949, expidiéndosele el título en la especialidad de Pedagogía el 22 de octubre, a los tres meses, siendo su tesis El Convento de Enseñanza de la Compañía de María de Barcelona, el primero fundado en España en el año 1650. Tenía 25 años.

A partir de aquí comenzó su andadura en la docencia. Desde esta fecha hasta 1955 realizó un registro con el número de niñas matriculadas en la Compañía de María en los distintos bloques de enseñanza, guardado en el archivo del colegio de San Fernando.

Ella tomó el hábito de la orden que la vio crecer en San Sebastián a los 23 años y los votos temporales en 1948, año en que la destinaron a San Fernando. Pero su vitalidad y dinamismo la llevaron a Roma, siendo la primera mujer que se matriculó en la Facultad de Historia Eclesiástica de la Pontificia Universidad Gregoriana, donde se doctoró en el año 1955. Su tesis, La Enseñanza de los Jesuitas en Cádiz.

Luego se marchó a Perú, a Huancayo concretamente, como misionera laica. Ella llegó con ideas que al no prosperar porque los propios habitantes no las secundaron, hicieron que se volviera a España, donde se dedicó a la investigación, que fue su línea y su vida hasta que su mente comenzó a cansarse.

Sus trabajos
Sus trabajos son innumerables, siendo uno de los primeros las Notas y Apéndice que se incluyeron en la traducción que hizo María Cerero Blanco de la Historia de la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora de 1964. En 2009 publicó Santa Juana de Lestonnac, Fundadora de la Compañía de María Nuestra Señora, Primera orden religiosa femenina de Carácter Docente.

Azcárate fue cumpliendo los años que le dieron experiencia pero que abonaron su juventud mental que nunca envejeció. Su carácter enérgico y su incansable afán de saber imprimieron intensidad a su vida.

Deportista nata, jugaba al baloncesto con sus alumnas y tras su jubilación en 1989 siguió con sus clases, sus investigaciones y su deporte. Al poco de cumplir los ochenta mostraba con lógica aplastante su preferencia por el aerobic cuando se le sugirió cambiarlo por el taichí.

Con paso firme y casi marcial se movía por la Isla, en la que no parecía haber distancia. Por la mañana, tras la misa de once y media en San Francisco a veces se encontraba con una señora que conoció al tropezar sus paraguas respectivos durante un chaparrón. Se agacharon por instinto y a ese instante ella lo llamó reverencia china, convirtiéndose en su saludo particular, breve, cómico e hilarante que recordaban y repetían en cuanto se veían.

El atardecer también la invitaba a salir, reservando los martes a la Real Academia de San Romualdo, donde colaboró puntualmente a partir de su ingreso que tuvo lugar 12 de noviembre de 1996. Su discurso versó sobre la figura de Rosario Cepeda, la niña regidora honoraria de la ciudad de Cádiz en 1768. Su última colaboración fue ofrecida el 4 de abril de 2006 titulada La Salvación en el mundo de las Religiones. Pero si había algo con lo que gozara era con la conversación.

Los domingos solía comer con un grupo de amigas que luego alargaban la sobremesa en su casa. Hablaban de todo y siempre hacía referencia a su padre. Haberlo perdido en plena adolescencia dilató el hueco que se abrió junto a su madre, sola entre los nueve hijos, sumiéndola en el desamparo. Aquella orfandad cercenó su tránsito a la edad adulta obligándola a crecer más deprisa siendo una niña doliente, orfandad que tal vez le indicó su camino.
"Doña Isabel Azcárate, nuestra querida Uca, nos dejó el pasado mes de septiembre pero se nos quedó entre el corazón y la memoria como la imagen y el ejemplo de genio e ingenio para no envejecer", dijo Adelaida Bordés.
 

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