Ay Nicolás, pues nos hemos quedado sin el arroz con pato, al final... ése que me tocaba pagar a mí y que cada vez que nos veíamos jurábamos que nos íbamos a zampar sin piedad. Ayer nos llegó la noticia de que estabas haciendo el equipaje para irte. Estábamos trabajando y se nos heló un poco el ánimo. Sabíamos que la siguiente noticia sería la del adiós y yo no sé por qué puse el teléfono en silencio, como si así pudiera evitar que pasara, que te marcharas... Pero llegó el mensaje cariñoso de un buen amigo (nadie mejor que Ignacio para decirte con dulzura las cosas que sabe que te van a doler) y todo fue ya fundido en negro.
-Niña, que soy Nicolasito Salas, que me van a poner una calle y estoy organizando una botellona.
-¿Una botellona, Nicolás?
-Una botellona, como te lo estoy diciendo.
Cuánto nos querías a Begoña, a Esperanza y a mí. Y con cuánto cariño nos tratabas en esos comienzos difíciles de la editorial. Y lo mejor, qué hermosa aquella llamada cuando te enteraste de que echábamos el cierre después de tantos años.
-Os habrán quitado mucho, pero nunca os van a quitar la satisfacción de lo bien que lo habéis hecho, niña. Tú no te olvides de eso nunca.
Y yo seguí tu consejo y no me olvidé, y no me olvido. Ni de eso, ni de ninguna de las cosas buenas que me dijiste. Y cuando te enteraste de que volvía a coger los trastos de editar fuiste el primero en llamarme.
-Allí vas a estar muy bien, niña. Te lo digo yo, no te olvides.
Y yo, igual. Sin olvidarme. Guerra sin tregua al olvido. Con la memoria de par en par. Ahora más que nunca... Cómo olvidarme de las bromas, de los consejos, de ti, Nicolás, Nicolasito, Nicolás rey mago, Nicolás cronista dicharachero detrás de tus gafas impolutas, Nicolás de Ferias del Libro, Nicolás de fotos y libros, Nicolás con tus riadas y tus azulejos...
-Niña, mira esta foto, es impresionante hasta donde llegó el agua.
-Nicolás, que tus libros hay que leerlos con una fregona, hijo...
-¡No tienes tú guasa, niña!
Y la niña cincuentona (¡eso no es ná) se reía sabiendo que detrás de la risa estaba el respeto de quien era, de quien fue, de quien siempre sería.
Niña... niña... ¿ahora quién me va a llamar niña, Nicolás?