El escenario, a priori, es favorable para Juanma Moreno. La izquierda se presenta a las elecciones andaluzas fragmentada, con hasta cinco partidos negociando una papeleta única y disputándose el número uno a cara de perro. El isleño Juan Antonio Delgado, de un Podemos si implantación territorial, se ha postulado ya como candidato a presidir el Gobierno autonómico sin contar con el respaldo del resto de siglas de la confluencia. IU y Más Andalucía darán la batalla.
Teresa Rodríguez, en el extremo, continúa hacia adelante sola y, si bien las encuestas le dan en el mejor de los casos una presencia testimonial en el Parlamento, alienta la confusión entre un electorado por la sopa de letras.
Juan Espadas trata de hacerse un hueco en la agenda política pero el PSOE sabe que sus opciones son mínimas. El líder socialista proyecta en cada mitin la sombra de la corrupción de 40 años de gobiernos socialistas y la gestión de Manuel Chaves, José Antonio Griñán y Susana Díaz no resiste el paso del tiempo: los andaluces recitan las promesas incumplidas de todos y cada uno de ellos (desde las vacaciones pagadas para las amas de casa a la decena de empresas que ocuparían los terrenos de Delphi), han asumido que los planes de empleo que pusieron en marcha acabaron en fracaso o en los juzgados y han comprobado, pandemia mediante, que la joya de la corona estaba oxidada, con profesionales sanitarios contratados en precario.
Juanma Moreno también goza de cierta ventaja porque su imagen no genera rechazo. Su Gobierno (poco ambicioso) ha sido conservador. Como el PSOE, se ha afanado en ganarse la confianza de la aristocracia sevillana, ha tomado decisiones en favor de las élites económicas andaluzas y ha hecho guiños fiscales a la clase media.
Sin embargo, Juanma Moreno está nervioso porque no le salen los números. La debacle de Ciudadanos a nivel nacional se agrava especialmente en Andalucía y deja al PP sin un socio moderado que no le ha dado ni un solo problema en esta legislatura. El problema de la formación naranja es que a Juan Marín le hacen oposición los suyos y ha renunciado a hacer política fiándolo todo a una gestión que no luce tan bien como en los papeles que maneja en sus ruedas de prensa. Sin espacio electoral, la sangría es imparable.
Así, Vox resultará clave. Las encuestas le sitúan como llave de Gobierno. Y el apoyo a los populares lo van a vender caro. Juanma Moreno lo sabe, hasta el punto de que los populares sitúan a la formación de Santiago Abascal, y no el PSOE, como rival a batir en las urnas.
Vox incomoda al PP. Mucho. Juanma Moreno, de hecho, no aclara su posición al respecto. Bendice, por un lado, el pacto de Mañueco en Castilla y León. Por otro, apela a la moderación, marcando distancias y eludiendo hablar, a las claras, si está dispuesto a llegar a acuerdos con la extrema derecha porque sabe que gran parte del electorado, prestado, se quedará en casa u optará, con la nariz tapada, por votar, de nuevo, como siempre, al PSOE. El problema de Juanma Moreno es que ha pasado de estar inquieto a expresar miedo. La indecisión (y las ocurrencias) sobre cuándo convocará finalmente los comicios evidencia debilidad y, en política, la debilidad se castiga.