El pasado 4 de junio se celebró el Día Nacional del Donante de Órganos y Tejidos. Para quienes conocemos de cerca lo que significa donar, no fue un día más. Fue una fecha sagrada, digna de celebrarse como se celebra la vida: con gratitud, esperanza y amor.
España es líder mundial en donación de órganos, un motivo de orgullo, pero también de compromiso. Miles de personas aún esperan una oportunidad para vivir. Son rostros anónimos, familias enteras marcadas por la angustia. La medicina, por avanzada que sea, no puede salvar sin un acto de generosidad previa. Solo el ser humano, con su decisión solidaria, puede completar el círculo del milagro.
Lo sé porque lo viví. Fui el primer donante vivo de hígado en Andalucía, en 2002. Doné la mitad de mi hígado para salvar a mi hermana Inmaculada, que se apagaba sin remedio. La ciencia ya no ofrecía esperanza, pero la donación sí. Verla volver a sonreír, a vivir, fue como renacer los dos.
Gracias a ese acto, mi hermana vivió quince años más. Y no fueron años de simple supervivencia, sino de vida plena, de abrazos, risas y recuerdos imborrables. Cuando la enfermedad volvió y necesitó un segundo trasplante, esta vez de un donante fallecido, luchó con valentía, aunque finalmente su cuerpo no resistió. Pero el milagro ya había ocurrido: nos regaló tiempo, amor y sentido.
En todo ese proceso, hay una figura fundamental que no puedo dejar de mencionar: nuestra madre, Carmela. Una mujer buena, buena de verdad. La bondad personificada. Carmela estuvo siempre al lado de Inmaculada, sin descanso, sin queja, sin medida. Día tras día, noche tras noche, cuidándola con una entrega absoluta, silenciosa, firme. Su presencia constante fue un sostén vital para mi hermana, y también para todos nosotros. Su amor de madre era un faro de ternura y fortaleza. A ella, que ya no está con nosotros, le debo más de lo que las palabras pueden decir. Ella también salvó vidas, con su dedicación, con su amor incondicional.
Eso es lo que quiero destacar: la donación no solo salva una vida, sino que transforma muchas. La alegría vuelve al hogar, se recuperan abrazos, se curan heridas invisibles. Y cuando el receptor es un niño, ese milagro se vuelve aún más profundo. Porque entonces la vida entera se detiene, hasta que alguien, con un acto de amor inmenso, la reinicia.
Por eso, quiero animar con fuerza a considerar la donación de vivo. Sé que puede asustar, pero puedo decir con absoluta certeza que fue una de las decisiones más importantes y hermosas de mi vida. No solo salvé a mi hermana, también me salvé a mí. Entendí que amar, en su forma más pura, es dar sin esperar nada a cambio. Y donar es eso: amar de verdad.
Desde aquel primer caso, poco a poco, más personas se han animado a dar ese paso. Porque cuando el amor se convierte en acción, el mundo cambia. El trasplante de donante vivo no es ciencia ficción: es una realidad que salva vidas hoy.
A todos los donantes, a las familias que dijeron sí en medio del dolor: ¡gracias! A Andalucía, tierra generosa que lidera Europa en donaciones, gracias por ser ejemplo. Y un homenaje muy especial al Hospital Reina Sofía de Córdoba, donde los trasplantes no son solo cirugías, sino actos de amor profundo.
Si volviera atrás, lo haría mil veces más. Porque en aquella decisión no solo salvé una vida. Salvé también la mía. Y nunca olvidaré que, en todo ese camino, mi madre Carmela caminó con nosotros, con una luz que aún nos alumbra.