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Miércoles 18/06/2025
 

A(Em)prendiendo

Ficción y realidad

La ficción y la realidad nos enseñan que por más ambición y menos escrúpulos que tenga alguien, siempre hay otros que lo pueden superar

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Viendo una película hace unos días me hizo pensar un diálogo en el que un superior jerárquico le preguntaba a un subordinado si sabía por qué él era su jefe, y el otro un simple empleado. El empleado no queriendo arriesgarse a responder le dijo que no, y el jefe le explicó que había llegado a su posición no porque fuera mejor que los demás, sino porque había tenido más ambición y menos escrúpulos que otros. Es una combinación explosiva para llegar a ciertos puestos, difuminando, deformando o traspasando límites éticos y legales.

Hay muchas personas que ocupan puestos de responsabilidad por su conocimiento, capacidad, experiencia y liderazgo, pero también hay otras que lo hacen porque a quienes están por encima les conviene, porque son obedientes a quien les ha puesto y las pueden manejar como títeres ocultándose detrás, porque su moral es flexible y adaptable, porque están dispuestas a hacer cualquier cosa por mantenerse donde no podrían haber llegado por su capacidad, porque son útiles para hacer lo que otros no quieren, porque su voluntad y su fidelidad son inquebrantables mientras se sientan protegidas por quien les infla el ego y la cartera, y les da unas migajas de autoridad y poder.

Hay muchas teorías que intentan explicar el comportamiento humano, descubrir la motivación que subyace, las necesidades insatisfechas. Una de ellas, propuesta por David McClelland, explica que las personas buscan satisfacer necesidades de poder, logro o afiliación. Hay personas con mucha ambición y pocos escrúpulos que buscan poder para controlar a otros, conseguir sus metas egoístas asumiendo riesgos calculados, se integran en grupos u organizaciones para lograrlas, y son capaces de aparentar que trabajan por el bien común. Este peligro ya lo advirtió hace 20 siglos el historiador romano Cayo Salustio Crispo, cuando dijo que es difícil templar en el poder a los que por ambición simularon ser honrados.

La ficción y la realidad nos enseñan que por más ambición y menos escrúpulos que tenga alguien, siempre hay otros que lo pueden superar, o que tienen menos que perder si caen. Y también, que hasta las cadenas más fuertes se rompen por el eslabón más débil. A veces uno ya no sabe si la ficción se inspira en la realidad, o si la realidad la supera ampliamente y la ficción solo se atreve a esbozar algo, y es la forma en la que nos van preparando para digerir la realidad. Cuánto talento mal empleado. Ojalá les hubiera dado por usarlo bien.

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