Argentina se ha ido convirtiendo en un Macondo triste y sin poesía. En un país en las antípodas del realismo mágico de los brillantes escritores del ‘boom’ y próximo al realismo sucio de Charles Bukowski. Julio Cortázar, autor de ‘La vuelta al día en 80 mundos’, quizás ahora se quedaría en uno de esos mundos para no retornar a Argentina. Ese lugar parece hijo de un dios menor, como los personajes de la obra teatral de Yasmina Reza, porque el último dios del pueblo argentino fue Dieguito Maradona, que no soportó sobre sus hombros el horror del fútbol moderno, metáfora cruel del capitalismo despiadado que domina en casi todos sitios, y Diego prefirió inspirar sus regates en el caballito del diablo, que poco a poco le envenenó la sangre de polvillo color blanco y le nubló la mente para siempre. Maradona contagió a Argentina o Argentina contagió a Maradona el poder de autodestrucción, que es la peor de todas las enfermedades.
Argentina tiene actualmente al mejor futbolista del mundo, Leo Messi, y al mejor actor, Ricardo Darín. A extraordinarios profesionales de todos los ámbitos diseminados por el mundo, repartiendo talento, pero Argentina no es capaz de arrancar como país, de funcionar colectivamente dentro de sus fronteras. El diario ‘El País’ contó hace años, cuando ‘el corralito’, la historia de un ciudadano argentino que había ahorrado pacientemente una cantidad de dinero para someterse a una intervención quirúrgica a vida o muerte en España y, cuando finalmente fijaron la fecha para la operación, llegó el ‘corralito’, los bancos retuvieron el dinero y aquel hombre no pudo viajar y murió.
Las pequeñas tragedias de Argentina conforman la gran tragedia del país. Lo escribió recientemente Martín Caparrós: “La Argentina tiene casi la mitad de sus habitantes bajo la línea de la pobreza, una inflación que ronda el 8% mensual, varios millones de personas sobreviviendo con bonos y limosnas, miles de comedores populares que no dan abasto (…) Pero ya hace semanas pareciera que su problema principal es que la expresidenta y ahora presidenta Cristina Fernández, viuda de Kirchner, está acusada en un juicio por corrupción”. A la vicepresidenta intentó asesinarla el pasado jueves un hombre de 35 años con un símbolo nazi tatuado en el brazo. Pero todo es confusión y algunas zonas oscuras aparecidas durante la investigación alimentan las teorías de la conspiración y contribuyen a incrementar la brutal polarización política que padece el país. “Qué quilombo se va armar”, gritan en Buenos Aires. Llora por ti, Argentina.