El mundo nos lo ofrece en bandeja nuestros sentidos, lo que vemos, oímos, tocamos, olemos o gustamos. Y en función de nuestros intereses hay cosas que existen y otras que parecen que no. Son inexistentes e invisibles, como fantasmas que solo pueblan nuestra imaginación.
Así no vemos los pobres que llenan nuestras calles, las mujeres a partir de determinada edad, jóvenes que han de irse al extranjero cuando terminan sus estudios para encontrar trabajo, muchos de los discapacitados que realizan un trabajo o mayores que reclaman una pensión digna y desean continuar siendo útiles a la sociedad.
En ese camino de intentar hacer posible lo imposible, revivimos muchos milagros o enterramos demasiadas esperanzas, incluso nos montamos en una capsula que parece un tren pero que va a la velocidad supersónica de un avión. Y entre órdenes y desordenes nos relacionamos con jóvenes talentos y viejos sabios.
Nos encontramos con dos tipos de políticos, los que buscan soluciones y los que solo nos crean problemas. Entre autónomos y adoctrinados, chispazos y disparates, contactos y contextos, perdones y olvidos, lo previsible y lo inesperado, asistimos al ejercicio de una ética de andar por casa que se convierte en poca vergüenza.
Sin descuido ni holgazanería, tenemos ganas de disfrutar de la vida más que de trabajar, y aunque parezcamos invisibles intentamos exprimir y aprovechar los buenos momentos, incluso prohibir lo beneficioso y autorizar lo perjudicial, y debemos saber admitir la ayuda de los demás a la hora de arreglar nuestros errores.
Buscar un nuevo futuro con más posibilidades debe ser nuestro principal objetivo y defender lo nuestro con la máxima determinación, escuchar a quienes nos rodean y poder tener otras visiones de la realidad , haciéndonos valer y sentirnos tal y como somos sin maquillajes ni disimulos.
Debemos coger el camino directo y no perder demasiado tiempo en circunloquios, perífrasis y barroquismos lingüísticos, sin relaciones forzosas ni caminos contradictorios. En el afán de hacernos notar y ganar, la competitividad nos acaba volviendo invisibles.
Vamos intercambiando las ideas de éxito y de poder, sacrificando las libertades por falsas seguridades, intentando apartarnos de los malos recuerdos, lejos de engaños y tomaduras de pelo, sabiendo ser honestos y no andándonos por las ramas.
Hemos de aprender a preparar todo con minuciosidad, y a ser capaces de que todo fluya a nuestro alrededor aunque no se nos vea, aunque parezcamos invisibles en la forma, pero determinemos lo que hay que hacer en el fondo.
No debemos tener miedo de decir las cosas tal y como las pensamos. Si somos generosos con quienes nos rodean terminaremos recogiendo los frutos. A veces hemos de ir despacio para no caernos ni equivocarnos, para no dar la sensación de que no sabemos lo que queremos.
Cambiar de opinión ni es una tragedia ni es un pecado, lo que si resulta desastroso es caminar dando bandazos., entre continuidades e interrupciones, entre nuestros propios límites y las situaciones irresolubles., los odios ocultos y los afectos abiertos.
Nuestros pasos entre lo que podemos decir y lo que hemos de silenciar, el futuro del pasado y el pasado con futuro, preparar un viaje y afrontar el regreso, no perder el tiempo en minucias y no desaprovechar ocasiones para hacernos visibles.