A los españoles nos cuesta hacer filas. Fíjate, una cosa tan sencilla. Nos han puesto marcas en el suelo, pero pensamos, esas deben ser para otros, que están contagiados, para nosotros no.
En China la gente hace colas perfectamente y sigue a rajatabla lo que dice el gobierno. No han necesitado ningún Fernando Simón, ni que comparezca el presidente día tras día. Ni siquiera se preguntan por la bondad de las medidas. En casos como éste sólo puedo decir: rompan filas. No es el ideal.
Ahora que, cómo envidiarán ser miembros del ejecutivo chino todos los que están dimitiendo estás semanas. Un país donde te echan y no lo ponen ni en la prensa. Aquí es distinto, para que no se inunde el campo y se vea cuánto encharcamiento hay, es un cuentagotas continuo.
La fila es práctica. ¿Quién es el último? El que está pegado a la puerta donde salen y entran para las extracciones de sangre. ¿Y el primero? No ha llegado, pero seguro que lo hace justo en el momento justo y hay que dejarle entrar.
Aquí nos movemos en modo enjambre, se acerca alguien a un cuponero que llevaba media hora solo y allá que sobrevolamos todos, no vaya a ser que le den el premio.
A esto se le suele llamar ser un país afectuoso. Somos tan cariñosos que puedes haber tomado cien cervezas con una persona y ninguna en su casa. No como los norteamericanos o los canadienses, tan secos, que no saben más que invitarte a barbacoas en su propia vivienda.
Creo que aquí hacer cola no se nos va a dar bien nunca, cuando es tan europeo hacerlo. A mí, por ejemplo, me gustaría que fuéramos capaces de esperar a que se agote la legislatura y no empeñarnos todo el tiempo en mantenernos en campaña electoral para quitar al otro.