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Sábado 12/07/2025
 

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Análisis: Death Stranding 2

Kojima vuelve sorprender. No busca unir ciudades: busca entender por qué seguimos caminando cuando ya no hay destino

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  • Death Stranding 2: On the Beach.

La tormenta ha vuelto. No como una repetición de la anterior, sino como una nueva amenaza que sopla desde lo más profundo del alma. Los vientos del pasado aún rugen en las botas gastadas de Sam Porter Bridges, y esta vez no hay carreteras que conectar, ni redes que reconstruir. Solo queda una pregunta, flotando entre los ecos del tiempo y el vacío del espacio: ¿qué queda de nosotros cuando ya lo hemos perdido todo, incluso a nosotros mismos?

Death Stranding 2 no empieza como un juego. Empieza como una despedida. De un mundo que ya no es el mismo. De un hombre que ha olvidado cómo avanzar. De un ciclo que parecía cerrado, pero que siempre tuvo una grieta por la que colarse la desesperanza. La tierra sigue quebrada, las almas siguen flotando a medio camino entre la vida y la muerte, y el peso en la espalda ya no es solo físico: es emocional, existencial, brutalmente humano. Hideo Kojima, lejos de repetir la fórmula de su primera entrega, nos sumerge en una obra más introspectiva, más amarga, más arriesgada.

La primera sensación es la de vértigo. Ya no existe la épica del mensajero solitario atravesando valles imposibles. Ahora hay miedo. Hay duda. Hay silencio. El juego no necesita gritar su mensaje porque te lo susurra al oído con cada paso incierto, con cada recuerdo doloroso, con cada mirada de Sam al horizonte. Aquí no hay que reconstruir América. Hay que reconstruirse a uno mismo.

Narrativamente, Death Stranding 2 es una evolución radical del enfoque ya filosófico y simbólico de su predecesor. Sam ya no es el mismo. Su carga no es tangible, sino emocional. No busca unir ciudades: busca entender por qué seguimos caminando cuando ya no hay destino. Cada secuencia está construida con precisión quirúrgica, y al mismo tiempo, con una sensibilidad desbordante. Kojima convierte el guion en partitura y cada línea de diálogo en un eco de algo más grande. Aquí, los silencios tienen más peso que las palabras. Y las decisiones que tomas, aunque pequeñas, construyen una narrativa emocional tan personal que a veces duele.

Death Stranding 2: On the Beach.

Lo más poderoso de esta secuela es cómo se atreve a dejar atrás la estructura del primero para experimentar con el lenguaje del videojuego como medio narrativo. No hay un “modo historia” como tal. Todo está tejido: la caminata, el combate, la construcción, el sonido del viento, las canciones de Low Roar o Silent Poets que emergen de pronto en mitad del paisaje devastado. Todo forma parte de un lenguaje que no se puede traducir: solo se puede vivir. Y cuando lo vives, comprendes que la historia no es solo la de Sam, sino la tuya.

Los personajes, como siempre en Kojima, son algo más que figuras. Son símbolos, pero también son memorias vivas. Fragile regresa con un arco más denso y doloroso, Mama revive bajo otro rostro y otras cicatrices, y nuevas incorporaciones como la misteriosa Vida o el oscuro retorno de Higgs añaden capas a un universo que nunca termina de cerrarse. Cada personaje arrastra un conflicto interno, una culpa, una pérdida o una esperanza rota, y esa emocionalidad se transmite sin artificios, sin teatralidad, solo con la calma de quien ha sufrido demasiado.

Lo que antes era un juego sobre el “delivery” ahora se convierte en una experiencia sobre el “abandono” y el “perdón”. Las nuevas mecánicas giran en torno a la duda, a la elección moral, a la carga simbólica del sacrificio. Incluso el simple acto de dejar un objeto atrás en el suelo tiene un significado: estás soltando parte de ti para seguir avanzando. El entorno responde a tus emociones. El clima no es solo un efecto visual, es un espejo de tu viaje interior. Todo está conectado, no por red quiral, sino por el lenguaje del alma.

Death Stranding 2: On the Beach.

Y si algo destaca como núcleo invisible de esta entrega, es la evolución del multijugador asincrónico. En el primer título, ya fue una revolución: podías ver estructuras construidas por otros jugadores, dejarles “me gusta”, sentir que no caminabas solo. Pero en Death Stranding 2, Kojima lleva ese concepto aún más allá. No solo puedes colaborar: puedes proteger, curar, enviar ayuda urgente, dejar señales de advertencia, crear puentes emocionales entre personas que no conoces, pero que dependen de ti. Y eso lo cambia todo.

El multijugador ya no es un sistema útil. Es un acto de fe. En un mundo donde cada jugador vive su historia en paralelo, la posibilidad de ayudar a otro, o de recibir ayuda sin pedirla, se convierte en la expresión más pura de lo que significa este juego: “No estás solo”. Y eso, en tiempos como estos, es tan poderoso como cualquier combate final.

Death Stranding 2: On the Beach.

La banda sonora, una vez más, no solo acompaña, sino que narra. Cada tema elegido con mimo, cada irrupción musical en un momento aparentemente trivial, convierte los paseos en escenas inolvidables. Esos momentos de calma, de lluvia fina, de nubes rasgadas sobre un páramo vacío, se transforman en poesía visual gracias a la perfecta integración entre sonido e imagen. Y ahí es donde Kojima vuelve a brillar como autor: no dirige un videojuego, dirige emociones.

Death Stranding 2 es una secuela valiente. No busca complacer, sino remover. No busca resolver, sino seguir preguntando. Y lo más impresionante es que lo hace sin necesidad de artificios ni giros de guion espectaculares. Solo con la confianza absoluta en que el jugador es capaz de sentir. Capaz de pensar. Capaz de caminar.

Death Stranding 2: On the Beach.

Esta no es una experiencia para todos. Es para quienes se atreven a mirar hacia dentro. Para quienes entienden que cargar con el mundo no es tan importante como aprender a dejarlo ir. Para quienes creen que incluso en un páramo desolado puede crecer una flor, si alguien decide plantar una semilla.

Y eso es Death Stranding 2: una semilla en el alma. Un viaje sin brújula. Una carta escrita a mano en un mundo digital. Y la certeza, profunda e inexplicable, de que aún podemos salvarnos. Si caminamos juntos.

Death Stranding 2: On the Beach.

 

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