Es curioso cómo el capitalismo salvaje se mete en los ámbitos culturales. Es cierto que las editoriales tienen que ganar dinero, porque hay que sostenerse y sus trabajadores tienen que vivir, como es lógico. Sin embargo, es penoso que la creatividad de cada autor y la calidad de sus libros (y conste que no hablo de mí sino que lo hago en general) tengan que supeditarse a parámetros que nada tienen que ver con la literatura para llegar a ser siquiera conocidos, sin entrar ya en si los resultados comerciales permiten que cada escritor pueda vivir o no de su obra.
No hace mucho que estuve viendo una entrevista a un autor que, además, imparte talleres de escritura. Lo que me chirrió de mala manera fue que en esa entrevista se hablaba muy poco de literatura y sí de curvas de venta, rentabilidad y de cómo es muy complicado hacerte un hueco en el panorama literario si dependes de otro trabajo o tienes familia que atender. Al final tienes que producir en serie si quieres tener tu hueco, mirar que tu libro tiene una curva de ventas natural de dos a tres meses más lo que la publicidad que hagas pueda traer de más... La industria ha invadido las artes y las musas ahora tienen jornada laboral.
Lo último que me ha tocado la moral llegó hace poco. Estuve en la Feria del Libro de Los Barrios y, hace tres semanas, en la de Málaga. Y, departiendo con otros autores, había un comentario que se repetía lo suficiente para ser preocupante: “las grandes editoriales no se fijan en ti si no tienes diez mil seguidores en redes sociales”. ¡Tócate la seta, Mari Loli! Es decir, que necesitas crear contenido atractivo en las redes, descifrar el algoritmo para tener posicionamiento, entrar por la tira de las grandes multinacionales... parafraseando esa frase de Los Simpson, “¿es que nadie va a pensar en los libros?”.
Hablo de capitalismo salvaje porque, mirando el número de seguidores, se pretende ahorrar en publicidad y en personal destinado a leer los manuscritos. Si tienes diez mil seguidores, con que pongas un buen contenido en las redes anunciando el lanzamiento puedes asegurarte dos mil copias vendidas. Máximos ingresos con mínima inversión. Ya no es que la editorial apueste por ti, sino que espera a que otros lo hagan (tus diez mil seguidores) para secundar la apuesta. Es la expresión máxima del daño que la visión empresarial puede hacer a la literatura, como ocurre con la música dependiendo de las visualizaciones que una cover en Youtube pueda tener. O eso o es que los cazatalentos de las grandes compañías, tanto editoriales como discográficas, son una panda de putos vagos.
Evidentemente (huelga decirlo pero no está de más aclararlo), no es cuestión de que ahora las editoriales empiecen a reclutar autores y a publicar libros sin criterio ni filtro alguno. Simplemente, se trata de primar la calidad sobre la cantidad. Si es bueno, palante. Si no lo es, vuelva usted mañana. Como debe ser y fue toda la vida. Ya de los personajes famosos y televisivos, que garantizan ventas por la curiosidad que puedan generar, ni hablamos porque esa es otra historia. Esas son ventas aseguradas porque el personaje pueda ser considerado de tal o cual manera por el público y, sólo por medir su talento o conocer las intimidades que cuente, van a vender libros. Pero, por respeto a su público que es su nicho de mercado, no estaría mal pensar en la calidad de los libros y no en los reels tan buenos que hacen sus autores. No sé, digo yo.