Justo en el título de esta columna lo quiero dejar dicho: no he estado en Roma el pasado fin de semana cuando El Cachorro ha procesionado por las calles de la ciudad. No he estado allí pero sí me he empapado de todo lo que han escrito aquellos que sí han estado y que me ofrecen la suficiente garantía como para valorar como verdad aquello que han dejado plasmado en el papel. No he estado allí pero sí he visto la más que excelente retransmisión de Canal Sur Televisión, que al igual que pasó con la procesión Magna de Sevilla, ha sido verdaderamente espectacular. Mi felicitación a los responsables de nuestra televisión pública. No he estado allí pero sí he recabado opiniones de amigos que me merecen el mayor de los respetos y que me han regalado una visión objetiva de lo que allí vieron. No he estado allí, no, pero también he leído entrelíneas, analizando las opiniones.
Por eso, este somero análisis deberán ustedes tomarlo como lo que es: una opinión de algo que no he visto pero de lo que sí me he informado sobradamente. Si usted que me está leyendo ahora mismo piensa lo contrario, créame que no le reprocharé si, en este segundo párrafo, abandona la lectura.
La procesión del Cachorro en Roma ha sido un hito, algo que nadie pone en duda. Las imágenes del expirante frente al Coliseo Romano, que son las que más he visto, son sencillamente espectaculares. Otras, las del crucificado en la Basílica de San Pedro, aunque fuera en una capilla y muy carente de ornato, como los sevillanos estamos acostumbrados a ver a nuestra imágenes, encerraban todo el poderío de la talla. Pero, para mí, salvo estos apuntes estéticos, poco más.
El Vaticano ha actuado de espalda al sobrehumano esfuerzo de los cofrades de Triana. Quizás por desconocimiento de lo que ha supuesto una acción de este tipo, quizás por desconocer lo que una imagen como esta arrastra en Sevilla o quizás porque su estricto protocolo -fuera de lugar en este caso- han convertido a esta procesión en un acto de tercera clase. La Junta de Gobierno (o al menos el Hermano Mayor) debiera haber sido recibido por León XIV… ¿no había 15 minutos en la agenda papal para esto? ¿O en la agenda del Secretario de Estado del Vaticano? ¿No había ningún cardenal de rango para estar en la tribuna de autoridades? ¿Sus Majestades los Reyes tampoco tuvieron un hueco? En la ciudad quizás con más iglesias del mundo, ¿no había ninguna desde la que pudiera salir El Cachorro? ¿Era tan difícil que hubieran pasado por la plaza de San Pedro, centro de la cristiandad?
Se me acumulan éstas y muchas preguntas más, pero no es mi intención remover algo que ya no tiene solución, porque es el pasado. Aunque cercano, pero es pasado.
Con esto creo que hemos aprendido (todos) una lección: la Semana Santa de Sevilla y todo lo que concierne a la misma, se entiende en Sevilla. Quien quiera venir, que venga. Y si hay que vayamos a algún lugar (a lo cual no me opongo) que sea con las garantías necesarias. Que no se nos nuble la vista con proyectos de este tipo, que con los nublados lo que suele aparecer es la lluvia. O al menos la tormenta.
Felicidades al Hermano Mayor de la hermandad y a su junta de gobierno y a todos los cachorristas que llenaron las calles de Roma. Es lo menos que se merecen.
