Juan Carlos de Borbón no asumirá jamás que pasará a la historia, sobre todo, por sus líos de faldas y sus turbios tejemanejes económicos y financieros. Su papel en la Transición está sobrevalorado. Y como no lo asume, se resiste a desaparecer de la escena pública definitivamente. La fotografía con Elena y Cristina y los hijos de éstas, salvo Froilán, que vaya a saber qué andaba haciendo, es descrita por la agencia Europa Press como “una imagen cargada de ternura y que refleja la buena relación que el monarca mantiene con sus hijas y nietos que ahora están en Abu Dabi mostrándole todo su apoyo”. No encuentro la ternura por ninguna parte, supongo que porque mi concepto de ternura es radicalmente diferente. Me parece tierna (y tristísima), por ejemplo, la historia que me contaba Manuela Molina, líder del movimiento vecinal de Cádiz, sobre aquel hombre que no quería admitir la incapacidad de poder comprar una bici para su hijo en Reyes aduciendo que no sabía escribir. El pequeño le pidió a Molina, tendiéndole la carta a sus mágicas majestados, que lo hiciera ella. Finalmente, la solidaridad permitió que aquel niño gaditano pudiera tener su regalo. Los que aparecen en la foto no han tenido ni tendrán, no comprenden ni comprenderán jamás, la gravedad de la anécdota porque, junto al apellido, heredan también la convicción de que los privilegios que disfrutan son fruto de la gracia de Dios.
La distribución de la foto de Juan Carlos de Borbón es una muestra más de la falta de pudor de quien se niega a asumir su fracaso, insisto. Que cierto periodismo siga el juego es, por una parte, anacrónico, propio de tiempos donde la información, el análisis y la opinión en torno a los Borbones se administraba conservada en almíbar. Esos tiempos están superados, afortunadamente, gracias a la madurez de nuestra democracia. Que cierto periodismo haga seguidismo resulta, además, indecente porque le sigue el juego a los intereses personales de alguien que no estenta la Jefatura del Estado ya, empeñado únicamente en lavar (la-var) su imagen. No sé si todo esto le indigna a Felipe de Borbón. Pero debería, al menos, preocuparle. Su padre se ha convertido en una máquina de crear republicanos.
Las bases del PSOE quieren recuperar los valores originales de la formación y Pedro Sánchez se esfuerza por relegar a un segundo plano a Felipe de Borbón. Unidas Podemos lo tiene claro. Solo queda el PP, formación que se ha resistido también a participar de los grandes cambios en España con alegría, y Vox, que no se sabe si viene o va en muchas cuestiones pero, en esta concretamente, ha asumido de manera servil el discurso prefabricado a favor del rey emérito y la institución, por muy devaluada que esté.
En una ocasión un escritorzuelo, que ha hecho fortuna al calor de la administración pública y sus vaivenes partidistas, me acusó de no entender nada cuando critiqué a Juan Carlos de Borbón porque ese señor piensa hoy que no todos somos iguales. El único consuelo es que, conociendo al personaje, lucirá la tricolor si alguna vez vuelve a onderar.